Sociedad Chilena de Arqueología

Arqueología Chilena

Cornejo L., 1997; Buscadores del Pasado.
En: Chile antes de Chile. Museo Chileno de Arte Precolombino. Santiago

El Período de los Fundadores

Desde muy antiguo el estudio del pasado de la humanidad ha constituido para la cultura occidental una actividad intelectual esencial y profundamente enraizada en su concepción del saber y la ciencia. Durante los últimos dos siglos esta preocupación por el pasado ha tomado distintas orientaciones, que han seguido el devenir del pensamiento histórico y social. Así, mientras en épocas anteriores el centro de interés estuvo únicamente en la historia de la cultura occidental y sus más remotos antecedentes, desde mediados del siglo XIX el interés por tiempos anteriores al surgimiento de la escritura y por el pasado de pueblos no occidentales, han ocupado un papel destacable.

Este proceso, iniciado en Europa, trascendió rápidamente a otras partes del mundo. Ya a fines del siglo pasado se organizan estudios sistemáticos en distintos países. Dicho movimiento tuvo especial impulso en nuestro país, donde la influencia cultural europea entre los intelectuales era muy marcada y donde existía una numeros población indígena descendiente de antiguos pueblos precolombinos.

José Toribio Medina

José Toribio Medina En 1878 se organiza el primer grupo de estudiosos de estos temas, bajo el marco de la Sociedad Arqueológica de Santiago, la que en 1880 publica el primero y único número de la Revista Sociedad Arqueológica. Entre los miembros de esta Sociedad figuraban grandes personalidades del quehacer intelectual de la época, tales como Federico Philippi, Demetrio Lastarria y Augusto Orrego Luco.

A esta Sociedad pertenecía también José Toribio Medina, quién en 1882 publica un extenso tratado, titulado Los Aborígenes de Chile, que es la primera obra de síntesis sobre la prehistoria y la etnología de los pueblos autóctonos del territorio nacional. En ella, Medina reúne todos los antecedentes existentes hasta la época, realiza análisis comparativos y propone un panorama general, poniendo especial atención en la presencia de los Incas en Chile y en la situación del pueblo mapuche. En años posteriores, este historiador continúa entregando una serie de estudios más detallados sobre temas arqueológicos, lingüísticos y antropológicos.

Estos acontecimientos y personas inauguran un primer gran período de la investigación arqueológica en Chile. Este se caracteriza por estudios individuales, principalmente de carácter histórico y realizados por investigadores de distintos orígenes disciplinarios, muchas veces relacionados con las ciencias naturales o la historia, cuya principal formación en arqueología provenía de la experiencia, la lectura y su participación en sociedades científicas de diversos tipos. Entre éstas, además de la ya mencionada Sociedad Arqueológica de Santiago, habría que recordar la Societé Scientifique du Chili, formada por miembros de la colonia francesa en Chile, la Sociedad Científica, constituida por alemanes y sus descendientes, y la Sociedad Chilena de Historia y Geografía.

Friedrich Max Uhle

Friedrich Max Uhle Este período inicial en la historia de la investigación prehistórica en nuestro país tiene su clímax en la primera década del presente siglo, con la llegada a Chile del investigador alemán Friedrch Max Uhle y con el fuerte impulso de las investigaciones de Ricardo E. Latcham y Aureliano Oyarzún.

El Dr. Uhle fue contratado en 1886 por universidades norteamericanas para realizar trabajos arqueológicos en Perú, cuyos resultados permitieron establecer que antes de los Incas habían existido en estos territorios grandes civilizaciones, cuestión que era completamente ignorada antes de sus trabajos. En 1910, Uhle realiza un breve viaje a Chile con la intención de evaluar la posibilidad de realizar investigaciones en el norte del país. Su visita es muy bien acogida y en 1911 el gobierno chileno lo contrata para que organice el Museo de Etnología y Arqueología. Su labor en este museo continúa hasta 1916, logrando formar una de las primeras colecciones bien documentadas y debidamente catalogadas que existió en el país. Posteriormente, hasta 1919, se radicó en Arica, donde, a pesar de ya no contar con apoyo estatal, persisitó en sus investigaciones en la costa.

El legado de este investigador alemán es muy extenso e incluye tanto su labor institucional en el Museo, como sus postulados aparecidos en varias publicaciones. Singular relevancia tiene la formulación de la primera secuencia histórico-cultural para el Norte Grande, la cual será utilizada por muchos años como piedra angular de la prehistoria de esta región. A la vez, la marcada influencia de sus métodos de trabajo y de muchas de sus ideas en los nóveles investigadores que comenzaban a trabajar en el país, favoreció el desarrollo de una arqueología mucho más sistemática y de mayor profundidad teórica que la previamente existente. Su influencia es especialmente perceptible en los trabajos de Latcham y Oyarzún, los cuales, en propiedad, pueden ser reconocidos como los fundadores de la arqueología sistemática en Chile.

Aureliano Oyarzún

Aureliano Oyarzún Precisamente en la misma época en que Max Uhle realizaba su primera visita a Chile, el Dr. Oyarzún publicaba sus primeros trabajos arqueológicos. Durante su larga vida dedicada a la investigación, se preocupó de diversos temas relacionados con la arqueología de Antofagasta y tarapacá, poniendo especial énfasis en la cultura Atacameña, sin ignorar otras áreas como la arqueología del sur, la Isla de Pascua y Chile central. Sus trabajos fueron presentados en medios de divulgación nacionales como la Revista Universitaria y la Revista Chilena de Historia y Geografía, así como las reuniones científicas realizadas en el extranjero, especialmente en tres Congresos de Americanistas celebrados entre 1910 y 1914 y en el 2º Congreso Panamericano de Washington, en 1915.

Oyarzún ocupó los más altos cargos en las instituciones dedicadas a la arqueología y la antropología durante varias décadas. Fue editor de la revista chilena más importante en este tema durante la primera mitad del siglo, la Revista del Museo de Arqueología y Etnología. Fue presidente de la Sección de Arqueología, Antropología y Etnología de la Sociedad Chilena de Historia y Geografía y ocupó el cargo de Director del Museo de Etnología y Arqueología. Desde este último cargo impulsó el trabajo del etnólogo Martín Gusinde, el más importante estudioso de las poblaciones indígenas del territorio austral.

Ricardo E. Latcham

Ricardo E. Latcham Contemporáneo con Oyarzún y Uhle, el ingeniero Ricardo E. Latcham realizó uno de los aportes más sustantivos al conocimiento de la prehistoria chilena durante este siglo. Latcham era originario de Inglaterra y llegó a Chile en 1888 para realizar trabajos de ingeniería y topografía en el sur del país. Posteriormente, en 1897, realiza en La Serena sus primeros trabajos arqueológicos, estudiando sitios tanto en la costa como en el interior. En 1902, ya era miembro de la Sociedad Arqueológica de Santiago y frecuentaba los principales museos de la ciudad. Sus principales áreas de interés estuvieron relacionadas con el origen del pueblo mapuche, las influencias de la cultura Tiwanaku en el norte, la tecnología agrícola y cerámica, la religión de los indígenas del Perú, entre muchos otros temas. Su obra quedó plasmada en libros de singular importancia, tales como La alfarería indígena Chilena (1982), la Prehistoria Chilena (1936) y la Arqueología de la Región Atacameña (1938), en los cuales planteó ideas y antecedentes que en cierta medida continúan vigentes hasta el día de hoy. su trayectoria le significó recibir el grado de Doctor Honoris Causa de la Universidad Mayor de San Marcos, en Lima, y en 1928, ser nombrado Director del Museo Nacional de Historia Natural, cargo que ocupó hasta su muerte en 1943.

Estos primeros investigadores realizaron en conjunto un avance significativo en el conocimiento sistemático de la prehistoria chilena, sentando las bases para el desarrollo de la arqueología como una disciplina que tenía un lugar dentro de los círculos intelectuales y científicos del país. Ellos hicieron pública una prehistoria que era hasta ese entonces desconocida, rompiendo con la errónea idea de que los pueblos que habitaron el territorio nacional antes de la llegada de los españoles carecían de cultura y, por tanto, de interés como parte del patrimonio cultural del país.

El Período Formativo

A partir de los años cuarenta, la arqueología chilena experimenta un proceso de institucionalización, basado en la labor fundadora de hombres como Latcham y Oyarzún, y que tendrá su punto cúlmine en la década de los sesenta.

Promediando el siglo, esta institucionalización tiene un primer pilar en la formación y reestructuración de museos. Entre ellos, ocupan un papel destacado el Museo Nacional de Historia Natural y su Sección de Antropología, heredera del Museo de Etnología y Arqueología, el Museo Arqueológico de La Serena y el Museo de San Pedro de Atacama. Estas instituciones se convierten en las principales defensoras del patrimonio arqueológico nacional, formándose extensas colecciones que serán objeto de conservación y difusión. Muchas de ellas nacieron también como centros de estudio que albergaban a toda clase de estudiosos del pasado aborígen.
Durante la primera parte de este Período Formativo, la investigación arqueológica mantiene muchas de las características de la época anterior, marcada por el trabajo individual de personas con formación académica o profesional en campos muy disímiles. La historia de los pueblos precolombinos se mantiene como principal preocupación, centrándose en establecer el territorio y fijar el tiempo en que éstos existieron, así como en determinar sus orígenes y las relaciones sostenidas entre ellos.

Varios son los investigadores destacados de esta época. Francisco Cornely, Director y fundador del Museo Arqueológico de La Serena, se dedica sistemáticamente al estudio de las culturas del Norte Chico, perfilando una secuencia histórica de tres fases para la cultura Diaguita y descubriendo otros dos importante conjuntos culturales: El Molle y Las Ánimas. jorge Iribarren, quien ocupa el cargo dejado por Cornely al jubilarse, se concentra especialmente en la investigación de la cultura El Molle. Grete Mostny, Directora por muchos años del Museo Nacional de Historia Natural, realiza imporantes avances en relación a la cultura Atacameña y coordina las primeras investigaciones referentes a la célebre momia incaica del cerro El Plomo. El sacerdote jesuita Gustavo Le Paige explora y da a conocer masivamente la riqueza arqueológica de San Pedro de Atacama. Forma, además, el ya mencionado museo de esta localidad. El sacerdote Sebastián Englert forma las bases de la arqueología nacional en Isla de Pascua, uno de los territorios chilenos más ricos en restos arqueológicos.

Durante los años sesenta, la arqueología comienza a tener un lugar en las universidades. La Universidad de Chile crea en Santiago, a mediados de la década del cincuenta, el Centro de Estudios Antropológicos, el que en 1968 se convertirá en el Departamento de Antropología. Este imparte hoy la carrera de arqueología de mayor trayectoria e impacto académico del país. Por su parte, la Universidad de Concepción crea un Centro de Antropología que imparte a fines de los sesenta una carrera de arqueología, la cual será clausurada en 1973 por la dictadura militar. Similar suerte correrá en 1974 la carrera de arqueología de la Universidad del Norte, que también fuera abierta en las postrimerías de los años sesenta.

En 1963 se funda la Sociedad Chilena de Arqueología, una de las entidades más relevantes en el campo arqueológico y antropológico en el país. Bajo la forma de una sociedad científica reúne hoy a la mayor parte de los arqueólogos que trabajan en Chile, tanto nacionales como extranjeros (argentinos y nortemaericanos). Una de las principales tareas que la Sociedad acomete desde sus orígenes es la realización de congresos de arqueología, los cuales servirán de punto de reunión para los arqueólogos y en los cuales expondrán frente a sus colegas los resultados de sus últimas investigaciones.
Todas estas reuniones, un total de 16 a la fecha, tendrán como resultado la publicación de Actas con los trabajos ahí presentados. Junto con ellas, revistas como Chungará, de la Universidad de Tarapacá, Estudios Atacameños, de la Universidad del Norte, el Boletín de Prehistoria de Chile y la Revista Chilena de Antropología, de la Universidad de Chile, los Anales del Instituto de la Patagonia, de la Universidad de Magallanes, y el Boletín del Museo Nacional de Historia Natural, se convertirán en el medio natural de presentación de los resultados de las distintas investigaciones. La mayor parte de estas revistas todavía se publican, concentrando en sus páginas el conocimiento científico que hoy se posee de la prehistoria chilena.

Al finalizar los años cincuenta, se producen importantes avances metodológicos y técnicos en la investigación arqueológica, siendo uno de los más significativos la introducción de los estudios estratigráficos en sitios habitacionales con grandes acumulaciones de basura. Estos fueron impulsados por los trabajos en el país del arqueólogo norteamericano Junius B. Bird, el que excavó entre 1937 y 1970 cuevas en la zona austral y basureros de conchas en el norte de Chile. En ellos se procedía a excavar cuidadosamente, delimitando las distintas capas del suelo (estratos), cada una de las cuales contenía restos dejados en distintos tiempos, lo que permitía ver la secuencia temporal en que habían estado presentes en determinado lugar distintos pueblos o culturas. Bird es también el primer arqueólogo que utiliza en Chile el método del radiocarbón para determinar con precisión la edad de los eventos prehistóricos.

Estos avances van acompañados por una nueva generación de arqueólogos, más empapados de estos progresos, varios de ellos ya con algún grado de formación universitaria en arqueología. Esta nueva generación, además, da cabida al trabajo en equipos, algunos de los cuales permanecerán juntos por largo tiempo.

Una especial mención merecen los fundadores del Centro de Estudios Antropológicos de la Universidad de Chile. Destacan entre ellos Alberto Medina, que participará en los estudios de los franceses Annette Laming y Joseph Emperaire en el extremo austral, Carlos Munizaga, quien realiza valiosas contribuciones a la arqueología atacameña y Juan Munizaga, quien es considerado el padre de la antropología biológica chilena. Mención aparte debe hacerse de Mario Orellana, quien se especializa en arqueología atacameña, y oragniza la carrera de arqueología del Departamento de Antropología de la Universidad de Chile. Durante los primeros años, Orellana fue Director de este Departamento y tuvo un papel protagónico en la formación de los primeros arqueólogos profesionales.

También en Santiago, desde la Sección de Antropología del Museo Nacional de Historia Natural, Julio Montané realiza valiosos descubrimientos sobre las poblaciones más antiguas que habitaron el territorio y se convierte en formador de varios otros investigadores.

En el extremo norte, Percy Dauelsberg, Guillermo Focacci, Sergio Chacón, Luis Alvarez y Oscar Espoueys, reunidos en el Museo Regional de Arica, dieron una infatigable lucha para rescatar de las manos de los saqueadores la mayor cantidad posible de objetos provenientes de los cientos de cementerios de la región. Basados en este material, propusieron una completa secuencia histórica, la cual aún forma parte de las discusiones cronología y periodificación del extremo norte de Chile. Con este grupo cooperaba también la dupla compuesta por Hans Niemeyer y Virgilio Schiappacasse, dos de los primeros chilenos en realizar excavaciones estratigráficas. Trabajan juntos hasta mediados de los años setenta en problemas relacionados con la prehistoria de esa región y posteriormente han continuado desarrollando importantes aportes en forma individual. Schiappacasse ha mantenido su interés por la arqueología ariqueña, mientras que Niemeyer ha realizado nuevas contribuciones al conocimiento de la cultura El Molle y la arqueología del valle de Copiapó.
En el Norte Chico, por su parte, Gonzalo Ampuero y Mario Rivera son fundamentales para sistematizar el conocimiento acumulado acerca de la cultura El Molle y, en general, sobre el desarrollo cultural de este territorio. Desde 1977, Ampuero es Director del Museo Arqueológico de La Serena, cargo que ocupa hasta el día de hoy. Rivera está radicado en los E.E.U.U. desde mediados de los años ochenta.

A fines de este período, uno de los arqueólogos chilenos que comienza a perfilarse como uno de los más influyentes en el ámbito nacional y latinoamericano es Lautaro Núñez. Sus ideas, fuertemente influidas por líneas de pensamiento que comienzan a desarrollarse entre estudioso que trabajan en distintas regiones de la gran Area Andina, especialmente el arqueólogo peruano Luis Lumbreras y el etnohistoriador norteamericano John Murra, serán fundamentales en el acercamiento de la arqueología chilena hacia problemas sociales, económicos y políticos de los pueblos precolombinos. Sus principales áreas de trabajo serán las relaciones socio-económicas entre los distitnos pueblos del Norte Grande, el tráfico de caravanas en el desierto y los poblamientos más antiguos del territorio nacional.

La labor de Lautaro Núñez fue muy importante también en la creación de la ya referida Carrera de Arqueología de la Universidad del Norte, la que, si bien tuvo una vida muy corta, alcanzó a formar un pequeño grupo de investigadores que tendrá más tarde un destacado papel. En este proyecto participaron también Agustín Llagostera, uno de los investigadores más destacado en el campo de la arqueología costera, Branko Marinov, dedicado a la conservación del patrimonio cultural, y Bente Bittman, también concentrada en el estudio de las poblaciones costeras.

El Período de la Profesionalización

A partir de la década del setenta, la arqueología chilena sufre su última y más grande transformación, marcada por el comienzo de las investigaciones de los primeros arqueólogos que han completado estudios universitarios sistemáticos y específicamente orientados a la arqueología en Chile. Desde este momento, la cantidad de investigadores experimenta un crecimiento muy acelerado y el conocimiento sobre los distintos temas se vuelve mucho más diverso. Por esta razón, es difícil identificar personas con roles protagónicos en el devenir de la investigación, tal como lo hicimos en los capítulos previos. De aquí en adelante será mucho más importante el esfuerzo colectivo y el trabajo de equipos de investigación.

Copiapó, 1997. Foto L. Cornejo Buena parte de este período está marcado por los casi 20 años de dictadura militar, cuyos principales efectos fueron la ya citada clausura de dos carreras de arqueología, así como la fuerte persecusión a los intelectuales e instituciones culturales en general. De esta manera, aunque el comienzo de los estudios universitarios en arqueología debe considerarse como un gran avance, éstos se dieron en el marco de instituciones fuertemente reprimidas por las autoridades, con la expulsión de muchos docentes de calidad y, por sobre todo, una tenaz persecusión ideológica.

En la carrera de Arqueología de la Universidad del Norte, se titularon a mediados del decenio de los setenta 18 investigadores, la mayoría de los cuales se dedica a la arqueología del Norte Grande. Buena parte de este contingente ha formado la planta de investigadores de dos importantes instituciones dependientes de universidades del norte del país, ambas localizadas en regiones extremadamente ricas en recursos arqueológicos. En San Pedro de Atacama, la Universidad Católica del Norte mantiene el Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo R.P. Gustavo Le Paige, formado a aprtir del museo que fundara el destacado sacerdote jesuíta, mientras que en el valle de Azapa (Arica), se localiza el Museo Arqueológico San Miguel de Azapa, dependiente de la Universidad de Tarapacá y heredero del Museo Regional de Arica.

En 1969, se funda en Punta Arenas el Instituto de la Patagonia, que posteriormente pasaría a ser parte de la Universidad de Magallanes. Esta institución ha estado dedicada a promover la investigación científica en esta austral región del país y ha tendido una importancia gravitante en el desarrollo de la investigación arqueológica de ese territorio.

Por su parte, el Departamento de Antropología de la Universidad de Chile en Santiago tiene sus tres primeros egresados entre 1974 y 1976, a los cualoes en los últimos años se han ido sumando muchos otros, a un ritmo entre 3 y 5 cada año. Aunque durante los primeros años estos arqueólogos también tuvieron una especial predilección por la arqueología del norte del país, desde finales de la década de los setenta comienzan a interesarse también por la arqueología de Chile central, mientras que a medidos de los años ochenta incorportan a sus intereses la Zona Sur.

Ambas áreas, que recibieron cierta atención previa, por parte de gente como Bernardo Berdichewski y Julia Monleón, eran en gran medida desconocidas. Hoy, sin embargo, en Chile Central y la Zona Sur se encuentran trabajando más de 40 investigadores, la mayor parte egresados de la Universidad de Chile a partir de mediados de los ochenta. Estos, reunidos en varios grupos de trabajo, se preocupan de temas tan diversos como la ideología, la tecnología, la organización social y la historia cultural.

Durante estos últimos años, no sólo las universidades han sido instituciones importantes en el quehacer arqueológico; también lo han sido los museos del país. Además de los ya citados de Arica y San Pedro, hay que mencionar a los museos de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos: el Museo Nacional de Historia Natural, cuya Sección de Antropología tienen a su cargo la mayor colección arqueológica del país; el Museo Arqueológico de La Serena, el Museo regional de La Araucanía, el Museo Regional de Atacama y el Museo Regional de Antofagasta. También debe destacarse museos municipales, como el Museo Regional de Iquique, el Museo de María Elena, el Museo Francisco Fonck (Viña del Mar) y el Museo del Loa (Calama), e incluso algunos privados, como el Museo Arqueológico de Santiago, todos los cuales han contribuido en la medida de sus posibilidades a la conservación del patrimonio cultural.

Una mención debe hacerse del Museo Chileno de Arte Precolombino. Este, si bien ha tenido como especial objetivo la difusión del arte y la cultura de los pueblos precolombinos de toda América, se ha convertido en un importante centro de investigación. Sus arqueólogos y otros investigadores, entre los que se cuentan todos los autores del presente volumen, han cubierto una gama muy amplia de campos del conocimiento: el poblamiento más temprano de nuestro territorio austral, la música indígena, el arte rupestre y el significado de la iconografía de los textiles mapuches, por nombrar sólo algunos.

El actual desarrollo de la investigación arqueológica en nuestro país, especialmente en Chile central y la Zona Sur, está fuertemente asociado a la creación del Fondo Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (FONDECYT), que desde mediados de los años ochenta se ha convertido en la más importante fuente de financiamiento para la ciencia en Chile. Este Fondo llama todos los años a concursos en los cuales investigadores de distinta filiación institucional, incluso dependientes, presentan proyectos que son evaluados por especialistas en cada tema a escala nacional e internacional.

Todo este proceso ha sido enmarcado e la clara definición de la arqueología como una ciencia cuyo seno natural se encuentra más cerca de las ciencias sociales que de la historia y, dentro de ellas, ciertamente más próximo de la antropología. A partir de este momento, el trabajo de los arqueólogos estará mucho más vinculado con el de otros especialistas, tales como los etnohistoriadores, que participan activamente en el debate sobre la prehistoria; los geólogos, que realizan un aporte crucial en el estudio de los poblamientos más tempranos; los físicos, primeros especialistas en desarrollar en Chile una técnica para medir la edad de la cerámica; y los biólogos, que han hecho singulares aportes en el estudio del clima y la ecología de los tiempos prehistóricos.

En la última década han surgido corrientes de especialización entre los arqueólogos más jóvenes, que han ido más allá de la tradicional concentración en determinadas regiones de estudio, relacionándose preferentemente con los tipos de restos que se encuentran en los sitios arqueológicos (alfarería, tejidos, restos óseos). Junto con esta especialización se ha inaugurado una serie de temas que previamente no eran considerados o, en otros casos, se suponía inaccesibles para los arqueólogos. El arte rupestre, un tema que por decenios fue una preocupación casi exclusiva de Hans Niemeyer, ha recibido nuevos impulsos que buscan comprender su cronología, contexto social y significado. La ideología de los pueblos prehistóricos, un campo en el cual hasta hace muy poco se suponía que era posible únicamente especular, ha comenzado a ser motivo de estudios sistemáticos.

En estos últimos años la investigación arqueológica se ha puesto también al servicio de problemas de nuestra propia sociedad, muy especialmente en lo referente a la participación de la arqueología forense en la investigación judicial sobre detenidos desaparecidos. A la vez, en la década de los noventa, la incorporación de arqueólogos en estudios de impacto ambiental y el trabajo junto a las casas editoriales en libros escolares de historia, han permitido un mejor conocimiento público y protección del patrimonio arqueológico nacional, siempre amenazado por el avance de nuestra sociedad industrializada.

 

Homenaje a Guillermo Focacci, XV Congreso Nacional de Arqueología Chilena, Arica, 2000. 
Reproducida de Revista Chungara volumen especial, 2004.

El Próximo Milenio

La década de los noventa encuentra a la arqueología chilena entrando a la madurez como disciplina científica y ocupando un lugar dentro del concierto académico, intelectual y profesional de la nación. Hoy día, hay más de un centenar de arqueólogos trabajando en diversos temas y regiones. entre ellos se encuentran destacados miembros de las generaciones de los años cincuenta y sesenta, así como muchos jóvenes portadores de ideas, motivaciones y energías nuevas. A éstos, prontamente se unirán más de 30 nuevos egresados que terminarán sus estudios universitarios en las postrimerías de este milenio.

En el futuro, la arqueología chilena deberá seguir algunos caminos marcados por el desarrollo de esta disciplina en el ámbito mundial y del quehacer científico del país, así como resolver algunos problemas que históricamente han frenado su desarrollo.

Forman parte de esta agenda del siglo XXI los estudios de postgrado, que hasta el momento solamente han sido llevados a cabo por unos pocos investigadores. Si bien en muchos casos éstos serán efectuados en el extranjero, es necesario que se consoliden, expandan y diversifiquen las actuales ofertas de posgrado que existen en el país. Del mismo modo, será necesario el desarrollo de una mayor cantidad de centro de investigaciones regionales, especialmente en aquellas áreas donde ellas no existen. También se deberá implementar un sistema nacional de publicaciones que permita dar a conocer, en forma rápida y con adecuados procesos de evaluación, los resultados de la cantidad creciente de investigaciones que suponemos tendrá lugar en los próximos años. A la vez, será necesario incrementar sustantivamente la cooperación e integración con los arqueólogos de países vecinos, ya que, sin ellos, permanecerán sin solución una serie de problemas acerca de una prehistoria en la cual no existían las actuales fronteras nacionales. Por último, las investigaciones del futuro deberían basarse en una mayor reflexión teórica acerca de los problemas abordados, así como tener un mayor sustento en técnicas más sofisticadas de análisis.

No obstante, para que la arqueología alcance un mayor grado de desarrollo, será necesario que los arqueólogos sean capaces de abordar de forma más sistemática su interacción con la sociedad nacional. Poner a disposición del público el conocimiento que la arqueología produce, así como la reflexión y discusión entre los arqueólogos acerca de cuál es el alcance social, cultural e ideológico de dicha actividad, deberán constituirse en tareas prioritarias del próximo milenio. El futuro de la arqueología depende, tanto de su desarrollo académico, como de la capacidad para dar valor social contemporáneo a aquel distante pasado que le preocupa.

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